El agujero sin precedentes en la capa de ozono estratosférico sobre el Ártico registrado en las últimas semanas se ha cerrado debido a la irrupción de aire rico en ozono por la división del vórtice polar, un ciclón persistente a gran escala en la zona ubicado en la media y alta troposfera y la estratosfera.
El motivo de su desaparición no tiene nada que ver con la reducción de la contaminación que permitió el confinamiento a causa del Coronavirus, sino más bien con una ola de calor, según afirmó este sábado en su cuenta de Twitter el Servicio de Monitoreo de Atmósfera Copernicus.
«El agujero de ozono sin precedentes del Hemisferio Norte en 2020 ha llegado a su fin. El vórtice polar se ha dividido, pemitiendo la irrupción de aire rico en ozono en el Ártico», afirma en su cuenta de Twitter el Servicio de Monitoreo de Atmosfera Copernicus, que señala que la situación ha seguido sus pronósticos de la semana pasada.
The unprecedented 2020 northern hemisphere #OzoneHole has come to an end. The #PolarVortex split, allowing #ozone-rich air into the Arctic, closely matching last week's forecast from the #CopernicusAtmosphere Monitoring Service.
More on the NH Ozone hole➡️https://t.co/Nf6AfjaYRi pic.twitter.com/qVPu70ycn4
— Copernicus ECMWF (@CopernicusECMWF) April 23, 2020
Condiciones meteorológicas especiales provocaron entonces un inusual agotamiento del ozono estratosférico sobre el Ártico esta primavera, del mismo modo que se produce desde hace décadas en la Antártida tras concluir el invierno austral.
La pérdida de este gas llegó al 30 por ciento en la vertical del Polo Norte, con temperaturas por debajo de -80 grados Celsius. Normalmente, la estratosfera sobre el Ártico es demasiado cálida y el vórtice polar demasiado inestable para que se dieran esas condiciones.
Todo se descubrió a fines de marzo cuando un fenómeno extraordinario dejó a la comunidad científica totalmente descolocada. Se detectó en el Polo Norte un agujero de enormes dimensiones en la capa de ozono, debido al uso intensificado desde hace décadas de las emisiones industriales de gases CFC que destruyen el ozono, un gas que protege la vida en la Tierra de los rayos ultravioleta.
Sin embargo, la prohibición de estos compuestos en el Protocolo de Montreal en 1989 ha permitido que ese fenómeno -inusual en el Ártico- disminuya en la actualidad.